No dejan de aparecer fotografÌas a nuestros pies. Vamos por la calle y, a la mÌnima que miramos al pavimento, aparece una foto de carnet. Las ˙ltimas: una de un hombre de pelo engominado y pobladas patillas, un poco vieja y amarillenta, como de la dÈcada de los sesenta. La foto de una niÒa de unos doce aÒos con una camiseta rosa, la mar de insÌpida y vulgar. Las colocamos en la puerta de la nevera. Dice Rory que el otro dÌa se cruzÛ por la Gran VÌa con una de nuestras amigas desconocidas que tenemos ahÌ colgadas. No sÈ si creerle.
El otro dÌa mis compis decidieron limpiar detr·s del frigorÌfico (idea peregrina). Al moverlo hallaron otra instant·nea: un grupo de personas desconocidas celebrando una fiesta mexicana en nuestra cocina. Nos quedamos muy sorprendidos, pregunt·ndonos quÈ momento habrÌan aprovechado para entrar en la casa sin ser vistos y montar aquella juerga. Luego caÌmos en la cuenta de que eran los anteriores inquilinos. Es extraÒo ver que ha habido gente viviendo en tu espacio antes que t˙, gente que no conoces ni conocer·s, gente con la que quiz·s hayas coincidido en el ascensor de un centro comercial o al mismo lado de un paso de cebra. Me pregunto quiÈn ocupa ahora mis antiguas habitaciones en otras casas y si ser·n mejores que yo. En la vida uno va dejando
huecos. QuiÈn ocupar· ahora mi lugar entre mis amigos, entre mi familia. A quiÈn amar· la gente que alg˙n dÌa me amÛ.
Con todo esto se me ha ocurrido hacerme un montÛn de fotos en un fotomatÛn y sembrar Madrid con ellas. SerÌa un tipo muy popular. Pero creo que algo asÌ ya salÌa en una peli, asÌ que no lo voy a hacer.
