Me gusta mirar los tejados, sobretodo cuando los ilumina la luz del atardecer al acercarse la primavera. Hoy los observo desde el sof·, asÌ terminan los edificios del centro de Madrid, asÌ se oscurece el cielo.
Est·bamos de aquella en C·diz. Hace alg˙n tiempo. …ramos m·s de una decena de amig@s en un piso min˙sculo. Nuestra terraza era estupenda y enorme, en ella nos tir·bamos al atardecer; algunos leÌamos, Nacho retrataba la escena. Al norte y al sur se desplegaban los tejados de Conil -si es que eso son tejados-, tejados cuadrÌculados, blancas casas andaluzas. Dej·bamos caer la noche tirados en sillas de pl·stico, entre la ropa y las toallas tendidas, y el equipo de sonido, en la ventana de una habitaciÛn, dejaba escapar las notas de Summertime en versiÛn de Gershwin; al mismo ritmo iban apareciendo las estrellas. Pronto comenzaba un bullicio en la cocina, pringado de luz amarilla. Era el momento de decidir quien bajaba a por las botellas y como se desarrollarÌa la noche. Algunas veces sacabamos un sof· a la terraza y fumabamos canutos. En camiseta y muy de noche, disfrutando de una suave brisa, sintiendo cada pelito ondular, all· al Sur, al Sur del Sur que dirÌa Pessoa, donde nunca existÌa la preocupaciÛn.
Yo ya sÈ cual es mi camino: nacÌ lejos, en el Norte, y he de morir en el Sur, al borde de otro mar.