Recuerdo cuando, de niÒo, todo era tan f·cil: mi Yo campaba a sus anchas en un mundo donde las consecuencias de mis actos eran irrelevantes; un mundo sin represiÛn donde la crueldad, el egoÌsmo, la candidez y la inocencia se solapaban. Cuando llegÛ la hora de interiorizar la figura del padre resultÛ que esta no existÌa para mÌ y esa autoridad interna, el Superyo, se formÛ dÈbil y distraÌdo. Siempre actuÈ con cierta indiferencia hacia los dem·s y despreocupaciÛn por lo que vendrÌa despuÈs. Adem·s mi desinterÈs por la religiÛn hizo que tampoco asimilara el sentimiento de culpa judeocristiano. Actuaba con una insensatez proporcional a la permisividad con la que se me trataba. Pero dÌa tras dÌa y aÒo tras aÒo la vida me ha ido seÒalando cada vez m·s iracunda con su enorme dedo acusador: culpable, culpable, culpable!