En el supermercado de abajo me hice con una lata de albÛndigas barata y una barra de pan, tambiÈn barata. SubÌ a preparar este delicioso manjar, y, al cabo de un rato, apareciÛ por mi casa la inefable TiaVicen. Me pillÛ haciendo la limpieza de la cocina. DespuÈs de recordarme: lo arrugados que estan mis pantalones, lo mal que me queda mi corte de pelo, lo rotos que estan mis calcetines, lo mal que friego y, en general, el desastre que soy yo y mi vida; me puse a comer. DespuÈs vimos un poco del Tour de Francia. LLegÛ Lunita y fuimos a pasear y a esperar que TiaVicen abandonase mi casa y nos dejase dormir la siesta. Volvimos y seguÌa ahÌ, como no, relimpiando la cocina. Est· dejando impolutas hasta las juntas de los azulejos. Hace un rato me he asomado a verla. Es tan pequeÒita que la casa parece de techos altos. Va enrrollada hasta el pecho en una toalla verde de baÒo, para no mancharse la ropa.