HacÌa un sol radiante aquella maÒana, mis ojos lo soportaban entrecerrados pero la ciudad se abrÌa como un capullo floreciendo; y me daba un poco de pena abandonar la superficie para adentrarme en el inframundo del metro, pero, that's life, asÌ que despues de subir y bajar unas decenas de escalones subterr·neos ya estaba en el andÈn esperando a un tren, que llegarÌa en tan solo dos minutos. Una vez en el vagÛn las puertas se cerraban y me distraÌa mirando a los pasajeros del andÈn alejandonse a toda velocidad, antes de entrar en la negritud del t˙nel. Ahora ya no habÌa nada que mirar, excepto mi reflejo en el cristal y el reflejo de aquellos dos tipos que charlaban a mi espalda. Puse la oreja. Hablaban de algo importante, importante para uno de ellos, pensÈ que aquel no era lugar para aquellos temas, que mejor hablar en el metro del tiempo o de la guerra, o de como han subido los precios, pero ellos estaban sumidos en profundas cabilaciones filosÛficas y sentimentales. En general me resultaba un poco aburrido, hasta que uno de ellos, el que venÌa a ocupar el papel de confesor, tuvo un toque de genialidad, cuando le pregunto a su compaÒero: "pero t˙, øquÈ es lo mejor que tienes?". El pobre tipo con problemas se quedo perplejo, no sabÌa que responder. Entonces fue cuando sentÌ que serÌa estupendo que me picasen en el hombro, y, que al volverme yo, me formularan aquella pregunta: "y t˙,øquÈ es lo mejor que tienes?". No lo dudarÌa ni un segundo: "Los ojos de Lunita baÒados por el sol de la maÒana".