Me estoy acordando ahora de los fascistas con los que vivÌa en mi casa de Atocha, porque hace ahora alrededor de un aÒo que aterrizÈ en aquel sitio. Ella, Victoria, era procedente de un pueblo extremeÒo con el absurdo nombre de Dombenito, y decÌa ser artista. Al menos pretendÌa parecerlo, pues estaba todo el dÌa apesumbrada y distraÌda, y todos los estados atmosfÈricos le proporcionaban gran placer, tanto la lluvÌa como el sol. Yo no soportaba la manera en la que ella fingÌa que le conmovÌa el cielo plomizo, ni su ropa negra, ni su piel p·lida, ni su maldito gusto por la decoraciÛn minimalista. Allan era danÈs, llegÛ como un chico sano y deportista, inocentÛn, un poco tonto, patriota y oficial del ejÈrcito. Victoria era un torbellino y Allan una ovejita. A˙n asÌ, cuando comenzÛ su romance, Allan cambiÛ sus ropas deportivas por prendas negras al estilo de ella: ahora parecÌan dos p·lidos nihilistas, dos sombras recortandose contra las paredes vacÌas de aquel enorme pasillo.
TodavÌa saboreo la cara que pusieron estos dos grandes farsantes cuando los cuatro policÌas llamaron a la puerta de su habitaciÛn.