Era la cuesta de enero y la niÒa estaba triste, tenÌa sus ojos muy verdes abiertos como grandes ojos verdes abiertos como platos clavados en el suelo, tal vez buscando las respuestas entre las piedras o en ese papel de plata que revoloteaba, o tal vez simplemente buscando las preguntas que habrÌa de responder. Yo, a su lado, miraba alternativamente al empedrado y a la niÒa, y con las manos erizadas le repetÌa "mi dulce niÒa no estes triste, mi dulce niÒa". Realmente abiertos, los tenÌa.